Ellos compiten, ellas eligen

En su teoría de la selección natural expuesta en 1859, Charles Darwin explicó el origen de la diversidad biológica del planeta señalando que todos los seres vivos enfrentan una serie de situaciones (promovidas por otras especies biológicas y por factores del medio) que ponen en riesgo su vida y, en consecuencia, la probabilidad de pasar sus genes a la siguiente generación. Frente a estas presiones, algunas especies han desarrollado, durante millones de años, conductas, formas o funciones particulares que les han permitido adaptarse a su medio ambiente y sobrevivir. Estas características, denominadas más propiamente adaptaciones, no son algo que el organismo determine de alguna manera, sino que ocurren gracias a cambios azarosos en su estructura genética. Especialmente en las últimas tres décadas, la teoría de la selección natural ha sido ampliamente puesta a prueba y validada. Ahora se acepta como la teoría más coherente para explicar la diversidad de la vida.

En su trabajo científico, Darwin puso mucho énfasis en describir las diferencias que hallaba entre los sexos. Notó que los machos de muchas especies son notablemente distintos de las hembras: en términos muy generales, son más coloridos y llamativos, tienen conductas más activas, emiten más sonidos, desarrollan estructuras más conspicuas (por ejemplo, cuernos, plumas, músculos), etc. Estas diferencias representaban una paradoja para Darwin.

Si la lucha por la supervivencia era la columna vertebral de la vida, ¿cómo era posible que los machos desarrollaran características tan complejas que no les dieran mayores oportunidades de supervivencia, sino que los hicieran más vulnerables? Por ejemplo, atributos como los cuernos de los ciervos o la cola del pavo real hacen más difícil huir de un depredador.

En la teoría de la selección natural, Darwin incluyó un apartado que llamó selección sexual, donde dio su explicación sobre estas diferencias entre sexos. Dijo que la lucha por la supervivencia no es suficiente, que el mayor logro es tener más y/o mejor progenie. Darwin aventuró la posibilidad de que las características masculinas pudieron surgir en esta competencia y concluyó que les conferían mayores ventajas a los machos cuando éstos luchaban por aparearse con las hembras (competencia masculina) o cuando estas últimas elegían a los padres de su descendencia (elección femenina). Aquellos machos con cuernos más grandes, por ejemplo, tendrían más éxito al pelear con otros por territorios y por las hembras, y también cuando las hembras los evaluaran como pareja.

A partir de la evidencia acumulada en las últimas tres décadas, se ha visto que Darwin tenía razón. No obstante, en los años sesenta del siglo pasado, los investigadores notaron algunos hechos interesantes que modificarían parte del planteamiento original de la teoría, pues en muchas especies las hembras copulan con más de un macho. El hecho de que en esas especies la paternidad sea diversa (no todos los hijos son del mismo padre) originó la idea de que la competencia por dejar descendencia no concluye con la cópula. Primero se pensó que se daba alguna forma de competencia entre machos después de la cópula. Esta competencia, denominada espermática, se daría cuando los espermatozoides de más de un macho compiten por fertilizar los gametos de una hembra. Ahora se sabe que no sólo tiene lugar esta competencia, sino que las hembras desempeñan un papel activo a la hora de elegir al padre de sus hijos durante la fertilización de sus óvulos.

La competencia espermática parece ocurrir en prácticamente todos los seres vivos con reproducción sexual. A lo largo de la evolución, en los machos se han desarrollado mecanismos que reducen la probabilidad de que sus espermatozoides entren en competencia con los de otros machos; o si hay competencia, que sus espermatozoides sean más exitosos que los de otros. En las hembras, por otra parte, se han desarrollado una serie de adaptaciones que les permiten que su organismo elija los espermatozoides de los padres de sus hijos.

No siempre conviene ser el primero

Algunas de las primeras investigaciones sobre competencia espermática se realizaron con libélulas (también conocidas como caballitos del diablo). En casi todos los insectos, las hembras almacenan esperma incluso por varios años, que es el caso de las abejas y las hormigas, en órganos especializados. Como sucede en muchos animales, las hembras de los insectos copulan con más de un macho y pueden posponer la fertilización. 

Algunos investigadores, intrigados por los planteamientos de la teoría de la competencia es- permática, midieron la cantidad de esperma presente en la hembra de las libélulas antes, durante y después de la cópula. Encontraron que los órganos almacenadores de esperma estaban llenos antes de la cópula, se vaciaban durante ésta y se llenaban de nuevo poco antes de que la cópula finalizara. 

Esto sugería que los machos podrían estar retirando esperma de otros machos con sus genitales. Investigaciones más detalladas, en las que se filmó directamente la actividad del órgano copulador masculino dentro de la ducto reproductivo femenino, confirmaron que, efectivamente, este órgano retiraba el esperma que la hembra había recibido en cópulas previas. Los machos extraen el esperma con una serie de espinas pequeñas alrededor del órgano copulador, que atrapan y sacan los espermatozoides. Después de esto, el macho transfiere su esperma a la hembra. Investigaciones posteriores han hecho manifiesto que este mecanismo de extracción es muy generalizado en muchas otras especies de insectos.

En algunas especies de grillos, moscas y libélulas, los machos, antes o durante la cópula, estimulan una serie de centros nerviosos que las hembras poseen. La estimulación se lleva a cabo cuando estructuras masculinas, como el órgano copulador, las patas o las antenas, frotan los lugares donde están insertados los centros nerviosos. La estimulación masculina contrae los músculos que controlan los centros nerviosos para que los espermatozoides obtenidos de cópulas anteriores se desplacen y los del macho con el que la hembra está copulando, queden en ella. 

En algunas especies, la estimulación induce la expulsión del esperma del rival o de los rivales. En otras, logra que el esperma del macho que está copulando sea llevado a áreas donde sea más probable su uso en la fertilización.

En mariposas y grillos, y en otros invertebrados, los machos producen una estructura de gran tamaño, llamada espermatóforo, que aloja a los espermatozoides. 

En algunas especies en las que el espermatóforo es directamente transferido a los genitales femeninos, la hembra tiene que digerir primero la estructura para que los espermatozoides puedan salir. Ésta ocupa tanto espacio dentro de sus órganos almacenadores de esperma, que no puede albergar otras y así el macho que transfiera primero su espermatóforo aumenta su probabilidad de ser el padre de la descendencia.

En una gran variedad de insectos y en algunos vertebrados (por ejemplo, roedores), los machos, después de transferir su esperma, pasan una sustancia que se ubica en la entrada del ducto reproductor y tiene la propiedad de endurecerse muy rápidamente e impide o dificulta que la hembra pueda copular nuevamente con otros machos por un cierto periodo de tiempo. A esta sustancia se le llama tapón nupcial, pues promueve que la hembra utilice el esperma que ya está adentro, dado que no puede volver a copular.

Fuente: ¿Cómo ves?
http://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/77/ellos-compiten-ellas-eligen